domingo, 20 de septiembre de 2009

Historia oral

Por Israel León O’Farrill

La semana pasada asistí a un congreso muy peculiar en Colima: el VII Congreso Internacional de la Asociación Mexicana de Historia Oral. En él tuve la oportunidad de presenciar lo que numerosos investigadores del país y del extranjero están trabajando para tratar de entender los movimientos sociales a partir de sus participantes, a partir de testimonios de primera fuente y de historias de vida. Temas como la religión, centrada en historias de vida de mujeres pertenecientes a movimientos católicos, bien beatas y bien impolutas –vamos, que jamás probaron varón– según testimonio de esas mismas mujeres; el Movimiento del 68 y la existencia de partidos y grupos comunistas en zonas tan inverosímiles como Guadalajara, a través de la voz de sus protagonistas; luchas obreras en los 50 en las fábricas textiles de Atlixco –interesante investigación llevada por Ariadna García García del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la UAP–, en que grupos pertenecientes a la CROM y a la CTM se mataban unos a otros para afiliar a los trabajadores a sus corporaciones, signo terrible del corporativismo en nuestro país y del que no se habla gran cosa; la formación de mitos en torno a circunstancias cotidianas que, en apariencia, no son parte de la historia por su misma inmediatez, y por no ser de los grandes temas nacionales.

A partir de las experiencias de estas personas nos podemos enterar de la historia viva, de aquella que trasciende los textos; podemos columbrar de sus ojos y voces los sentires, creencias, encuentros y desencuentros, todo aquello que hace de las personas seres de su tiempo y lugar. A final de cuentas, la historia no sería nada sin sus protagonistas, especialmente aquellos que no suelen ser mencionados en los grandes textos. Los líderes tuvieron seguidores y ayudantes; sus huestes salieron de la gente del común, del anonimato y ahí acabaron. Gracias a la tecnología y al interés de los investigadores hoy podemos estar registrando la historia prácticamente desde el momento en que surge.

Este espacio surgió con la idea de tratar de comprender los acontecimientos de nuestra sociedad, sus ritmos, equilibrios y razones de ser a partir de los textos, tanto literarios como resultado de investigaciones diversas; sin embargo, en este momento me parece que el texto mismo serían los actores de la vida cotidiana. Como textos con vida, siempre cambiante y en constante movimiento, los individuos resultan a veces ser más ricos y la empatía del lector resulta evidente. Las abuelas, los abuelos, tíos, primos, todos ellos tienen algo que contar. La entrevista a profundidad es el instrumento fundamental de estos investigadores, pero indudablemente, han de contar con la habilidad para que los actores les suelten la sopa de lo que realmente vivieron y sintieron, especialmente cuando se trata de movimientos sociales traumáticos como el Movimiento del 68, o como las guerrillas en los años 70. Muchos de ellos todavía temen por su vida, y no confían en los investigadores; igualmente complicado resulta entrevistar a integrantes de comunidades indígenas sobre los pormenores de sus rituales y costumbres: se muestran herméticos y renuentes a divulgar los contenidos de tradiciones que han heredado de sus padres y sus abuelos.

Tradiciones y costumbres, acontecimientos e ideologías, todo ello es materia de la historia oral. Al finalizar el congreso se realizó un coloquio donde se discutieron instrumentos, metodología y pertinencia de estos estudios para el saber en general. Una de las cuestiones en la mesa, era si la entrevista periodística podría ser un instrumento a considerar para el trabajo de la historia oral. Los asistentes se dividieron, pues resulta evidente que el rigor de esta entrevista no es suficiente; no obstante, se abrieron a considerarla pues la investigación debe ser flexible y adaptarse al mundo en que estamos viviendo. También se discutió la idea de la difusión de las investigaciones que se realizan, y se pensó en dos vertientes: a los grupos con los que se trabajó por un lado –cuestión fundamental pues generalmente se olvida–, y a la sociedad académica y en general. Para ello habría que aprovechar las bondades que brinda la tecnología actual. En cuanto surja algo daré noticia en este espacio. A la vez, supongo que sería conveniente considerar las herramientas que brinda la comunicación como el trabajo de cine y video documental, adaptados a las necesidades metodológicas de la investigación. Los retos son sumamente interesantes y habrá que esperar que las rígidas estructuras académicas acepten las nuevas tendencias.

Finalmente, para que una tradición sobreviva ha de ser asumida por los individuos de la comunidad, pero ello conlleva necesariamente cambios. Por tanto, es quizá lo importante entenderlos para poder entender a nuestra sociedad en general, justo en las venas de sus movimientos, que no está en Los Pinos, ni en la oficina de algún flamante funcionario que ve los toros desde la barrera. Textos que caminan, hablan, sienten y escuchan, eso es lo que somos a final de cuentas, no sólo manchas que se suman a las celebraciones de centenarios y bicentenarios.

Publicado en septiembre de 2009, en La Jornada de Oriente

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